No te apures. Vas a vivir para siempre —en alguna parte. De hecho, ya estás en la eternidad, así que, ¿cuál es el apuro?
No te preocupes. ¿Acaso este asunto va a tener alguna importancia dentro de veinte años? Tú le perteneces a Dios, y Dios es Amor; así que, ¿para qué irritarse?
No condenes. En vista de que no puedes meterte bajo la piel de la otra persona, no hay forma humana de que puedas saber qué dificultades él o ella ha tenido que enfrentar —cuánta tentación, o malentendidos, o estupidez propia ha tenido que superar. Tú tampoco eres perfecto, y puede que seas hasta peor de calzarte sus zapatos. ¡No juzgues!
No resientas. Si algún mal se ha hecho, con toda seguridad la Gran Ley se encargará de ello. Elévate en conciencia, y así te liberas al tiempo que liberas al delincuente. El perdón es la medicina más fuerte de todas.
No te quejes. Consume tu propio humo. Tu propio concepto es lo que ves; así que hazle un tratamiento y cámbialo.
No arrebates. Sea como fuere, no puedes retener lo que no te pertenece por derecho de conciencia. Arrebatar lo ajeno pospone tu bien.
No empujes. El puesto en que te encuentras es el correcto en todo momento. Si no te gusta, cámbialo científicamente elevándote en conciencia. Esto será permanente.
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