Consideremos ahora al hombre o mujer que vive moralmente para el cuerpo y que está dominado por éste-—el sensualista, el dipsómano, el drogadicto. Los anhelos físicos, al ser parte de la mentalidad, por supuesto, se pasan al siguiente plano, pero allá no hay cuerpo físico a través del cual puedan satisfacerse estos apetitos. Es así como la víctima es atormentada por el deseo pero es incapaz de satisfacerlo hasta que, con el pasar del tiempo, estos deseos se disuelven al no ser atendidos. Este es el castigo natural por permitirle al cuerpo físico que asuma el mando y control, y seguramente es castigo suficiente. Sin duda, encontramos eso que se denomina justicia poética de principio a fin en el universo. Las recompensas del pensamiento positivo y acción son las consecuencias naturales que le siguen a estas cosas, y los castigos que siguen al mal actuar o descuido son también las consecuencias naturales. “Cada cual engendra su igual”. Si cuidas de tu cuerpo, serás recompensado con el gozo de la salud, no con dinero. Sí cuidas de tu negocio, eres recompensado con prosperidad, no necesariamente salud. Si trabajas duro en tu música, eres recompensado con ser un músico consumado; si lo descuidas, no habrá dinero que pueda comprar la destreza que has dejado de merecer. Si tratas mal a tu cuerpo, el castigo natural será la enfermedad y el malestar, no una caída en el valor de tus bonos y acciones. Y así sucesivamente por toda la gama de la vida, cosechamos lo que sembramos sea en el plano terrenal o en cualquiera de los planos etericos que yacen más allá. Se puede decir aquí que no es necesario llevar una vida ascética en este mundo a fin de ser feliz en la próxima. Todos los placeres ordinarios inofensivos de la vida pueden gozarse con moderación razonable sin entrañar ningún sufrimiento o trabajo después.
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