Promulgamos leyes mentales para nosotros mismos, y luego tenemos que vivir supeditados a ellas. Desafortunadamente, ocurre a menudo que son éstas leyes de limitación. Nos sugestionamos un impedimento —o alguien lo hace por nosotros— y antes de que caigamos en la cuenta de lo que ha pasado, casi se ha convertido en un dogma sagrado. Sin embargo, no es más que una sugestión, y con un cambio de creencia podemos liberarnos de ella.
Un joven doctor y su esposa estaban agasajando a una pariente que estaba de visita. Después de la cena, se sirvió el café, ante lo cual la huésped intercaló con visible excitación: "¡Juan, bien sabes que no puedo tomar café! La nicotina que contiene me mantiene despierta toda la noche."
La esposa iba a hablar, pero el marido le hizo un ademán con los ojos, y dijo: "Le aseguro, mi querida tía, que en este café no hay nicotina alguna." La visitante respondió: "Todo café tiene nicotina, y me mantiene despierta toda la noche." El anfitrión ripostó: "Querida tía, le doy mi palabra de honor como médico que este café no contiene nicotina."
La señora, quien tenía una alta consideración por las calificaciones profesionales de su sobrino, así como por su integridad personal, quedó satisfecha, procediendo a tomarse tres tazas grandes de café y gozándolas tremendamente —y durmió como un angelito toda la noche.
Claro que en el café no puede haber nicotina. Lo que la doña quería decir era cafeína, pero dijo nicotina. Por supuesto, no se puede aprobar el engaño que se usó —el engaño nunca es legítimo— pero el cuento ilustra perfectamente el poder de la sugestión, sea ésta buena o mala. La señora promulgó una ley de limitación para sí misma, y entonces la revocó sin problema alguno. ¿Por qué no comenzar hoy mismo y revocar muchas de tales leyes que has promulgado para ti mismo?
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